|
Método de tratamiento de trastornos afectivos. Fue iniciado por el psicoanalista estadounidense Eric Lennard Berne, según su propia teoría de la personalidad y de las relaciones sociales.
Es método de psicoterapia de grupo. Pretende mediante el apoyo expresivo de un grupo pequeño comprender la propia situación sin aislarse en el yo y aprender a usar los mecanismos de su conducta, ante el ejemplo y el refuerzo que tienen lo demás.
Berne partió de su experiencia con pacientes suyo, que solos no salían a flote en sus problemas. Y ante otros que, estando igual o peor que ellos, lograban reforzarse al aportar luces y apoyos a los demás. Emitió una teoría que parte de tres capas en la personalidad de cada adulto: el yo niño (N), de estructura emocional, propenso a la espontaneidad y a la novedad: el yo adulto (A) de personas que razonan, calculan y se mueven por intereses; y el yo padre, que se basa en la necesidad de ayudar, proteger y cultivar la compasión.
Las causas de un trastorno está en uno de esos niveles. Primero se diagnostica. Y después hay que reforzar el nivel que ha fallado o está fallando por debilitación. Berne concibió el análisis transaccional (comunicación, proyección, desenmascaramiento), para conocer la intensidad y las causas del desajuste o problema; luego vendría la terapia.
El análisis transacional (AT) en temas morales y religiosos reclama determinadas precauciones conducentes a salvaguardar la intimidad, el respeto a la conciencia, la personalidad, pues no se trata de comunicar problemas religiosos, sino de proyectar a los demás o recibir de ellos confidencias, sentimientos, actitudes profundas, debilidades, anhelos, buenas o malas intenciones e incluso valoraciones éticas reservadas y muy personales.
El experto en esta terapia debe alertar a quienes con él participan en este tipo delicado de análisis sobre la necesidad de la prudencia en las comunicaciones, de la moderación en los afectos y de la discreción en las confidencias. Debe recordar que el grupo, por su naturaleza, no es buen lugar para la guarda de los secretos y para la reserva.
Y por eso debe limitar, en lo posible, la comunicación a los sectores externos de la conciencia y no dejar a nadie penetrar en el interior de la ajena. Ello no es fácil cuando uno se mueve en el terreno de la terapia y se relaciona con personas con "problemas" sobre todo morales y espirituales.
Se debe entonces presuponer que la persona que actúa en tal contexto no domina del todo sus mecanismos inihibidores. Y se la debe proteger de cualquier acción que viole la intimidad de los demás o rompa la sutil tela que envuelve la propia. En todo caso debe compensar las carencias de los participantes en los análisis y fomentar la suficiente reflexión para deslindar el marco de la comunicación interpersonal y la necesaria reserva de la conciencia intransferible. Es decir debe evitar que "nadie se desnude ante los demás por no valorar adecuadamente los ojos curiosos ajenos".
Es la causa por la que los más prudentes profesionales de este arte colocan barreras o delimitan las lindes de la transacción, de modo que se desvíe la evasión o la efusión, si sobrepasan esos límites de los que luego el confidente podría arrepentirse, cuando llegue a recuperar el autodominio o la serenidad.
El hecho de que exista este riesgo no anula los beneficios y las ventajas de un análisis transaccional bien elaborado, correctamente acompañado, posteriormente aprovechado y socialmente compartido. Incluso es bueno considerarlo en temas religiosos como un punto de partida para otras terapias, como pueden ser las posteriores acciones individualizadas y los reforzamientos personalizados que conduzcan a la liberación de los prejuicios, represiones o bloqueos.
|
|
|
|
|